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San José, 18 de abril de 2022 (IICA) – El agricultor familiar chileno Emilio Sepúlveda, integrante del pueblo mapuche, fue declarado “Líder de la Ruralidad de las Américas” por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

La distinción, denominada “Alma de la Ruralidad”, reconoce su trabajo de toda una vida a favor de la producción de alimentos saludables y nutritivos y su voluntad de innovar y emprender nuevos proyectos, como lo demuestra su actual producción de un aceite de oliva, que sido calificado por expertos como de clase mundial.

El reconocimiento a los Líderes de la Ruralidad de las Américas es realizado por el IICA para premiar y dar visibilidad a quienes cumplen un doble papel irremplazable: ser garantes de la seguridad alimentaria y nutricional y al mismo tiempo guardianes de la biodiversidad del planeta a través de la producción en cualquier circunstancia. Se trata de hombres y mujeres que dejan huella y hacen la diferencia en el campo de América Latina y el Caribe. 

Su pasión por la agricultura resulta un ejemplo positivo para las zonas rurales de la región. Sepúlveda se interesó en las plantas de olivo que tradicionalmente se cultivan en el norte de Chile y trasladó la actividad a la Araucanía, una de las 16 regiones del país, ubicada más de 700 kilómetros al sur de la capital, Santiago.

Sus sueños son llegar a los mercados internacionales con su aceite de oliva y dejarle a sus hijos y a las nuevas generaciones en general su legado de pasión por el campo y por la actividad agropecuaria. 

El IICA, que considera a la agricultura como un instrumento para la paz y la integración de los pueblos, trabaja junto a sus 34 Representaciones en las Américas para la selección de los #Líderesdelaruralidad.

Emilio Sepúlveda, el campesino de la Araucanía que dio vida al aceite de oliva más austral del mundo

Emilio Sepúlveda ha pasado toda su vida en el campo. Desde antes de tener memoria aprendió a cultivar la tierra y a criar animales en la Araucanía, región de Chile ubicada unos 700 kilómetros al sur de Santiago, la capital, que es su marca de identidad, igual que su pertenencia al pueblo mapuche, la etnia indígena más numerosa en este país del sur de las Américas.

“Yo estoy seguro de que no podría vivir sin el verde, el aire puro y el alimento fresco que tenemos en el campo. Creo que en una ciudad me moriría en poco tiempo. Acá trabajo todos los días para tener mi sustento y para darles un mañana mejor a los que vienen detrás. Si no planto, no tengo esperanza”, cuenta Emilio, orgulloso de ser un agricultor familiar y un defensor de la cultura indígena americana.

Hoy, en su predio de cinco hectáreas ubicado en la comuna de Los Sauces, Sepúlveda produce junto a su esposa, sus hijos, un hermano y sus primos un aceite de oliva cuya calidad ha sido destacada por los expertos, en una zona que nunca había alumbrado este producto.

“Como familia nos llamaron mucho la atención –recuerda- los olivares que había hacia el norte de Chile y decidimos hace alrededor de seis años empezar a cultivarlos aquí, para hacer el aceite de oliva más austral del mundo, que actualmente ya es orgullo del pueblo mapuche. De aquí para el sur, no existen más olivos. Para nosotros los olivos significan la paz y la armonía, primero entre nosotros mismos y luego con los demás. Yo estoy convencido de que la raza no debe dividirnos, porque todos somos seres humanos”, dice Sepúlveda.

Su proyecto todavía es pequeño, pero ya rinde frutos, a pesar de la crisis hídrica que atraviesa el país y que también ha impactado sobre los niveles de los cursos de agua de la Araucanía, poniendo obstáculos a la actividad agrícola.

Hoy este agricultor tiene alrededor de 500 plantas de olivos, hace el trabajo de molido y prensa para obtener el aceite y sueña con producir cada vez con mayor calidad, para competir en el mercado con los grandes productores del norte del país, quienes disponen de cientos de hectáreas.

Pero la pasión de Sepúlveda no se termina en el aceite de oliva. Además cosecha trigo y avena, tiene un huerto en el que cultiva frutillas, cría cerdos y aves y, por si fuera poco, tiene abejas para la producción de miel.

Todo esto lo logró gracias a su gran interés en capacitarse, ya que su familia participó en una iniciativa piloto de la Política Nacional Chilena de Desarrollo Rural, lanzada para promover la asociatividad y la llegada de inversiones a la actividad productiva en la Región de la Araucanía. Se trata de un proyecto del Ministerio de Agricultura de Chile, diseñado para mejorar las condiciones de vida de las comunidades rurales.

Emilio, además, valora muy especialmente el apoyo técnico del Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP) de Chile y del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), que le permitieron tener su aceite de oliva terminado y listo para la venta.

Cuando se le pregunta por sus proyectos, Emilio se entusiasma y responde que le gustaría exportar, porque ha modernizado su trabajo y se ve capacitado para llegar con su aceite de oliva a los más exigentes mercados internacionales. Sin embargo, es consciente que lo más importante no es un cliente en algún lugar lejano del planeta, sino transmitir su legado de pasión por el trabajo rural.

“Mi sueño –sostiene- es dejar olivos para las futuras generaciones. Siempre estamos pensando en el futuro, porque nosotros algún día vamos a irnos, pero tenemos que darles enseñanzas a nuestros hijos. Lo que sueño es dejarles sabiduría; no quiero dejarles plata, porque si les dejo plata se van a pelear entre ellos. Prefiero que tengan inteligencia e instrucción para que se manejen bien con las nuevas tecnologías y el futuro sea de ellos. Si les dejamos educación, no van a tener que irse a las ciudades; se van a quedar en el campo. Y lo que queremos es eso: que nuestras familias y nuestros vecinos puedan vivir cada día mejor en donde nacimos, que cuiden la tierra y valoren al pueblo mapuche”.

Una historia de superación

Emilio aprendió el trabajo rural cuando era un niño, al lado de su abuela, quien era agricultora y sostenía la cotidianeidad de su familia cosechando vegetales en la huerta y criando corderos. Ninguno de sus abuelos accedió a educación formal y ambos llevaron una vida marcada por los sacrificios, igual que la madre de Emilio.

“Nací en el campo –afirma él- y sigo viviendo en el campo. Soy hijo de una madre soltera y sufrí mucho cuando pequeño. Vivíamos en una casita de barro y dormíamos en sacos rellenos de paja. Felizmente y gracias a Dios yo pude salir de la pobreza. Primero trabajaba partiendo leña, arando con los animales, haciendo carbón o cavando pozos para los vecinos. Luego aprendí a construir casas y también a hacer trabajos de electricidad y mecánica. Aquí en el campo tenemos que hacer de todo y todo lo aprendí mirando. Muchos campesinos de mi zona emigraron a las ciudades, en busca de una vida menos sacrificada, pero yo no la cambio por nada: trabajar en el campo es lo más lindo que hay. Aquí somos valientes para aguantar el frío o el calor. Mi vida está aquí”.

Emilio tiene dos hijas y un hijo, a los que siempre les ha dado los mismos consejos: que el campesino debe hacer un culto del esfuerzo y de la perseverancia; jamás debe rendirse. Nunca les dijo que las cosas en el campo son fáciles, porque el trabajo rural no permite las jornadas de descanso que se acostumbran en la ciudad. “A las aves, a los cerdos y al resto de los animales hay que alimentarlas todos los días”, dice este agricultor mapuche, que no se cansa de repetir el que es, para él, el único secreto de la vida rural: acostarse tarde y levantarse temprano siempre.

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