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Proyecto de la U. de O’Higgins instala sensores para mejorar el rendimiento de los campos.

‘Actualmente tú no plantas el árbol y colectas. Lo que haces es buscar el mejor terreno, el mejor injerto, combinar diferentes frutas, ralear de diferente manera para tener mayor tamaño. Eso se llama diseñar la cereza’, define Cristóbal Quiñinao, director de la Escuela de Ciencias de la Ingeniería de la Universidad de O’Higgins. En este marco de agricultura de precisión se mueve el equipo de académicos que lidera el investigador y que está realizando el proyecto ‘Transferencia y adopción de tecnologías para la gestión del riesgo en cerezas’, gracias a fondos impulsados por el gobierno regional. La iniciativa, que fue presentada este miércoles, actualmente se encuentra en fase de instalación en campos de las zonas de Codegua, Peumo, Rancagua, Requínoa y Rengo.

Consta de dos líneas: la primera es la ubicación de sensores en el follaje y en la tierra que rodea a cada árbol, para medir temperatura, humedad y conductividad eléctrica (que permite evaluar diferencias en la calidad de suelo). ‘Son sensores súper pequeños, hablamos de 10×10 centímetros, y la ventaja es que tienen un alto alcance. Trabajan con la tecnología G0 -lo contrario del 5G- que transmite sólo números cada 20 minutos’, explica el académico. ‘La batería les dura cinco años, no tengo que estar enchufándolo ni cambiándole las pilas. Es parecido a la lógica del Tag de tu auto, lo instalas y te olvidas, mientras esté trasmitiendo todo bien’. Los datos llegan hasta una antena no más grande que un router, que tiene un alcance de cinco kilómetros y cuyo costo energético es 8W, equivalente a una ampolleta.

De ahí los manda a un servidor en la universidad, donde son trabajados; el último paso es que un agrónomo se los explica a los agricultores dueños de los terrenos. ¿De qué sirven estas cifras? Para individualizar las condiciones de cada árbol dentro del huerto. ‘Por ejemplo, para tener la noción de las horas frío que han tenido los árboles; saber cuál árbol tiene más chances de florecer antes, o tiene más posibilidades de tener problemas. Tienes la variabilidad dentro del huerto y puedes proyectar la recolección o precisar los tratamientos químicos de apresuramiento de manera enfocada’, detalla el investigador. Con este método se conoce el mejor momento para cada cosechar ejemplar y se tiene mayor seguridad de que las cerezas sean iguales, disminuyendo la variabilidad, destaca. La otra línea son cámaras hiperespectrales -captan longitudes de onda dentro y fuera del espectro visible- que toman imágenes para el conteo de cerezas en el árbol. A través de algoritmos que desarrolló el equipo universitario, se obtiene automatización y mayor precisión.

-¿El agricultor sabrá a distancia cuántas cerezas va a tener en cada árbol?

-Exactamente, a partir del vuelo de un dron o de las cámaras que le entregamos. Si sacas la foto en diferentes períodos vas a poder ver el crecimiento del fruto en el tiempo. Las cámaras que usan actualmente tienen un costo cercano a l o s $20.000.000, por lo que hoy trabajan esta línea a modo de investigación, para posteriormente desarrollar un sistema más barato.

De exportación

La cereza fue la principal fruta que exportó Chile entre enero y abril de este año, según la Oficina de Estudios y Política Agraria (Odepa). Se registraron 284.963 toneladas y el 90% de ellas fueron enviadas a China. ‘En el ranking mundial somos probablemente el tercer país en términos de producción, después de Turquía y Estados Unidos’, plantea Carlos Tapia, ingeniero agrónomo fundador de Avium, empresa que realiza asesoría e investigación en el cultivo de cerezas y cofundador de la plataforma Smartcherry. cl (https://bit.ly/3xjRUIa).

‘Producimos cerezas desde la cuarta hasta la décima región. El 80% de la superficie a nivel nacional se concentra en O’Higgins y Maule, aproximadamente 66.000 hectáreas’, agrega. Para ser exportable una cereza debe cumplir ciertos parámetros: ‘Hay un atributo de calidad que es el tamaño, llamado calibre. El diámetro mínimo es 28 milímetros o más, eso es un calibre súper jumbo o 2J’, explica. Otro factor es la firmeza. ‘Hablamos de unidades durofel: teniendo 75 puntos de durofel o más es una cereza firme’, añade. A nivel organoléptico, debe tener 18% o más de materia seca. ‘Además, el azúcar debe estar por sobre 18 grados Brix, que es la escala para medir la concentración de azúcar’, concluye.
Recuadro

Un largo viaje

En barcos rápidos -denominados Cherry Express- la cereza chilena se demora 20 a 25 días en su viaje a China; en barcos normales sube a 35 ó 40 días, cuenta Carlos Tapia. ‘Desde que se cosecha y entra a la planta de proceso, la cereza recibe un enfriamiento rápido con agua y nunca más pierde su cadena de frío hasta que llega a destino.

Se embala en agua, las líneas de proceso son conducidas por agua, y después va a un contenedor refrigerado que, incluso, se puede volver a enchufar en el puerto o en el mercado de China’, describe. Los frutos que viajan hasta las tierras orientales se llaman de largo período. ‘Los que no cumplen con esos estándares se denominan de corto período y se van a Estados Unidos o Europa, a un precio distinto’, aclara.

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