MARIO DAVILA HERNANDEZ/AGENCIAUNO
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Alejandra Azcárate fue una de las sorpresas durante el Festival de Viña, donde logró conquistar al monstruo y se llevó ambas gaviotas.

Sin embargo, no todo fue bueno. En una reciente entrevista con Las Últimas Noticias, la colombiana reveló que la angustia que vivió previo al show la afectó luego de terminar.

“Ha sido una sensación extraña. Por un lado una felicidad profunda ante el enorme logro, por otro, una extrema sensibilidad. De hecho he llorado mucho”, comentó, agregando que “llevo dos días en cama sin fuerza alguna. Se me bajaron las defensas seguramente después de tantos días de angustia, presión y estrés”.

Ahora, a través de su cuenta de Instagram, la humorista ahondó sobre lo que vivió antes de pisar el escenario del festival más importante de hispanoamérica: “En el camerino recé de rodillas, encendí una vela blanca y me encomendé a mis muertos porque sabía que si la función salía mal, pronto estaría a su lado. El fracaso en la Quinta Vergara habría sido el final más indigno de mi carrera y la instantánea sepultura a tantos años de esfuerzo”.

MARIO DAVILA HERNANDEZ/AGENCIAUNO

Además, agregó que “salí dudando de cada letra del guión que escribí y desconfié hasta de mi memoria”, y que el recorrido hacia el escenario “fue infernal”, debido a que “me miraban como si fuera un cadáver en perspectiva ya que en silencio sabían que el público estaba esperándome para devorarme sin la menor piedad”.

Finalmente, luego de agradecer al público de ese día y a Chile, indicó que “mi real premio es saber que fui capaz, que traspasé mis propios límites, que puse a prueba mi valor, que desafié mi mente, que expuse toda mi fragilidad con coraje y que vencí entre lágrimas al peor monstruo, el miedo”.

En el camerino recé de rodillas, encendí una vela blanca y me encomendé a mis muertos porque sabía que si la función salía mal, pronto estaría a su lado. El fracaso en la Quinta Vergara habría sido el final más indigno de mi carrera y la instantánea sepultura a tantos años de esfuerzo. Salí dudando de cada letra del guión que escribí y desconfié hasta de mi memoria. El recorrido hacia el escenario fue infernal, los pasos eran largos pero sentía que no avanzaba, la gente alrededor me miraba como si fuera un cadáver en perspectiva ya que en silencio sabían que el público estaba esperándome para devorarme sin la menor piedad. Hace veinte años no se presentaba una artista extranjera sobre ese escenario en la categoría de monólogo teatral porque la última experiencia había resultado nefasta en cabeza de una gran actriz española quien fue abucheada a los ocho minutos sin compasión alguna. Al son del rock que uso al inicio para abrir el espectáculo, salí ahogada de la angustia, saludé temblando y tuve un comienzo muy tibio sin el menor control histriónico. Sobre el minuto siete pensé mentalmente: “Dios, entrégamelos”. Sabía que si el silencio y la parsimonia de los espectadores continuaba un poco más, la catástrofe sería inevitable. Lancé una premisa contundente, oí las primeras risas y a partir de ahí supe que mis enemigos se convertirían en mis cómplices durante los cuarenta y cinco minutos restantes. Sentí que volaba sobre el escenario, actué con aplomo, la conexión mutua fue total y el resultado inesperadamente apoteósico. Haber visto semejante ovación, treinta mil personas de pie aplaudiendo en Viña del Mar y moviendo los brazos pidiendo que me dieran las gaviotas, es una imagen que jamás olvidaré y que le agradeceré por siempre a Chile. Sin embargo hoy mi real premio es saber que fui capaz, que traspasé mis propios límites, que puse a prueba mi valor, que desafié mi mente, que expuse toda mi fragilidad con coraje y que vencí entre lágrimas al peor monstruo, el miedo. A mis seguidores, gracias por disfrutar mi profunda felicidad. A mis detractores, “bon appétit”. Foto: @alejomateus1

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