LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO
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El ex ministro de la Corte Suprema, Milton Juica, relató que estuvo viviendo cuatro años bajo amenazas cuando desarrollaba la investigación del caso de secuestro y degollamiento de Santiago Nattino, Manuel Guerrero y José Manuel Parada en marzo de 1985.

En conversación con el semanario “The Clinic”, el jurista ahondó en cómo desarrollo sus más de 50 años en el Poder Judicial y relató que las amenazas comenzaron luego de emitir el procesamiento del general retirado César Mendoza, ex General Director e integrante de la Junta Militar y enviar a la justicia militar los cargos contra quien detentaba ese cargo, el general Rodolfo Stange.

Según Juica, esta “provocó una molestia muy grande a la Suprema” y aseguró que “ese año obtuve la peor calificación de mi vida. Al final de año me pusieron en lista condicional y si hubiera sumado otra evaluación igual, me voy para la calle”.

El jubilado juez recordó que “esa Corte Suprema por supuesto no estaba de acuerdo conmigo, pero había mucha hipocresía, nadie lo manifestaba. Decían que estaba bien haber terminado el caso, pero, en el fondo, no le gustó. Se percibía que esa Suprema era incondicional, aunque esto haya ocurrido en democracia”, añadió.

Juica explica que en la época “lo único que quise hacer fue revelar verdades que me parecían sustentadas al imputar los delitos y que, por lo demás, costó mucho hacerlo. Había una presión enorme, y para qué decir las amenazas que recibimos”.

El magistrado confirmó que lo amenazaron de muerte varias veces durante cuatro años y agregó que “usaron el método más cobarde: llamar a la casa en la que estaba mi mujer, para decir cosas como: ‘En este momento sabemos dónde está tu hijo y lo vamos a matar'”.

“Mi mujer fue siempre muy comprensiva en ese aspecto, pero, evidentemente, fue una carga muy pesada para la familia, que no tendría por qué haber soportado ese temor, y yo tenía un hijo pequeño todavía”, confesó.

Juica puntualizó que tuvieron que tomar resguardos como enviar a su hijo al colegio con un policía, que lo esperaba hasta que salía. “No podíamos ir a ninguna parte”, sostuvo.

“A veces eran amenazas escritas en papeles. Fue una situación difícil y yo no podía ya, en ese momento, disminuir mi entusiasmo por la causa, pero sabía también el riesgo que corría mi familia, porque si había sido posible cometer esos crímenes y otros más, los resguardos tenían cierto sentido”, manifestó.

El magistrado admitió que “al principio no lo quería aceptar y tomaba el metro, pero me daba cuenta que había detectives detrás míos, cuidándome, y entonces tuve que aceptar que me pusieran un vehículo, dos incluso, a veces con motos”.

“Había una cierta tensión de los mismos policías porque estaban atentos a cualquier acto sospechoso. Eso no me amilanó para nada, pero reconozco que asustó a mi familia, sobre todo a mi esposa”, concluyó.

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