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¿Qué razones habrán tenido Jacqueline Van Rysselberghe y José Antonio Kast para felicitar a Jair Bolsonaro apenas supieron de su aplastante victoria electoral? El hecho, se ha dicho, es irrelevante para un país de 200 millones de habitantes. Sin embargo, desde la óptica de centroderecha chilena, tiene algunos bemoles que es necesario tener a la vista.

Por una parte, es probable que una explicación la encontremos en la “raíz común” que comparten los eventuales precandidatos presidenciales del sector: el profundo carácter anticomunista del gremialismo y de parte importante de la derecha chilena. En la mentalidad gremial ―presente en distintos grados de pureza tanto en Kast como en la UDI―, tiene fuerza dogmática la idea de que ni Chile ni Latinoamérica progresarán mientras la izquierda esté en el poder. Por cierto, basta con ser “anti” “algo” para ser un colaborador de la causa de la libertad, independiente de qué motivos se tengan para ello, solo es necesario promover dicha libertad, sea religiosa, económica, de consumo, etc. Dicho de otro modo, liberales y conservadores pueden dejar de lado sus diferencias (si es que realmente las tienen), si se trata de derrotar al socialismo latinoamericano.

Así, poco importa que Bolsonaro haya dicho que prefiere un “hijo muerto a uno homosexual”, o que el error de la dictadura sea “torturar y no matar”. Lo importante es “pintar”, nos dicen, más que las teóricas consideraciones sobre el ancho de la brocha. Es cierto que los progresistas tienen incidencia directa en el surgimiento de este tipo de caudillos; pero con sus acciones y omisiones colaboran para denigrar la democracia y deteriorar la participación política. Bolsonaro, en parte, ha aprovechado todas las desconexiones vitales existentes entre las comunidades y las instituciones representativas que todos los incumbentes no se atreven a reconocer, ni menos a corregir, para no caer en el exceso de lo que llaman “populismo” (?).

Sin embargo, es probable que el triunfo del ex militar de marras, sea también el resultado natural de esta “actitud binaria” con que parte importante de la derecha latinoamericana ―sobre todo la chilena―, se aproxima a la realidad política desde los tiempos de la Guerra Fría.

La derecha, si quiere dar un salto político importante, debe desarrollar su capacidad de ser razonadores prácticos cuando se trata de gobernar países que requieren algo más que desarrollo económico. Muchos se preguntan, ¿cuándo se perdió Chile?, precisamente cuando damos cabida a las “brochas gordas”, es decir, en el momento en que no somos capaces de representar las ideas groseras que el candidato brasileño tiene sobre una diversidad de temas públicos que exigen una máxima delicadeza, independiente de la aproximación teórica y política que tengamos sobre ellos. Se trata de una base mínima para generar el respeto debido.

Pareciera ser que el juego de ambos políticos se explica por una erótica del poder. El erotismo, lamentablemente, fundado en los deseos, es de corto alcance y, por lo mismo, puede ser peligroso, pues no visualiza oportunamente la naturaleza de los conflictos políticos ni sociales, ni permite evaluarlos en sus circunstancias ni con una perspectiva de largo plazo.

Es cierto: no tiene ninguna importancia, salvo que estemos avalando ―ya sea por acción o omisión―, las conductas fundadas en el desprecio hacia la dignidad humana, de quienes buscan gobernarnos.

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