Marcelo Arriagada
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Da la sensación que el escenario presente es un llamado al análisis y a la toma de decisión oportuna. El problema es cuándo y cómo tomar aquellas decisiones. Bajo qué parámetros y condiciones. Ya es conocido el análisis de las precariedades de la PSU como eje de un sistema sobre el que se han desmitificado muchos supuestos que hacen inviable su sobrevida.

El valor predictivo del instrumento ha quedado en entredicho a partir del informe Pearson (2013), que evidencia la escasa relación verificable entre puntaje de acceso y permanencia en carreras de ingreso.

Por otro lado, la acción de promover el mérito académico no se ha logrado engranar de manera clara con la instalación del ranking. Ha quedado demostrado que la fórmula de uso de ambos criterios – test y ranking – ha conseguido normalizar la prevalencia del puntaje que, a la larga, premia el nivel socio económico.

Como elemento adicional, el instrumento ha contribuido a instalar la distancia o brecha social que se ve reflejada desde estandarizaciones previas, como la prueba Simce, que año tras año demuestra las distancias y exclusiones culturales.

En este escenario y con estos antecedentes, reconstruir el sistema de admisión parece ser prioritario, considerando las variables que implica montar un modelo representativo y más tendiente a los accesos que a la selección. La historia contemporánea ha demostrado las complejidades de actuar desde la coerción, por tanto, si se quiere construir un sistema que sea permanente, hay que considerar los anclajes con todo un modelo.

El modelo educativo se sustenta en generar mujeres y hombres libres y propositivos, que se inserten exitosamente en un entorno social. La cadena entre educación pre escolar, básica y secundaria, debe ofrecer las posibilidades de que cada estudiante participe de experiencias de aprendizaje y consolide una manera de interactuar con el entorno que, por lógica y necesidad, no debe ser distinto de lo que vivirá en educación superior que, a su vez, anticipa la participación activa en la comunidad. La clave, en consecuencia, es promover un sistema de aprendizaje que se oriente al desarrollo del pensamiento crítico.

El sistema de ingreso a educación superior debe ser consecuencia del proceso integral vivido previamente, debiendo tener la capacidad de incorporar otras metodologías adicionales al test, que completen un cuadro donde las inequidades se vean disminuidas y en el que intereses, motivaciones, trayectoria y habilidades tengan mayor valor que la verificación de conocimientos duros.

Retroceder para avanzar implica, por tanto, repensar un modelo donde el principal damnificado sean las estructuras obsoletas y los beneficiados sean miles de jóvenes con anhelos y sueños que cumplir.

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