09 de febrero 2024 / SANTIAGO Se realiza en el Ex Congreso un homenaje institucional al expresidente Sebastián Piñera recientemente fallecido. FRANCISCO PAREDES / AGENCIA UNO

El funeral de Estado y los honores al expresidente Sebastián Piñera han generado cierta sorpresa por distintas razones. Sin duda, algo que para algunos ha sido grato ver fueron los distintos elementos protocolares y tradicionales desplegados, en un momento en donde parecían haber perdido su relevancia. De alguna manera, semejantes símbolos “republicanos” como las marchas, la carroza fúnebre y las guardias de honor vinieron a reivindicar aspectos de nuestra sociedad que quizás no sabíamos que extrañábamos.

Junto a esto, también fue visible un clima de respeto, civilidad y decencia, el cual drásticamente transformó el clima de polarización y revanchismo político que ha dominado a nuestro país en los últimos años. No por nada predominaron los discursos de gratitud, admiración y los controversiales mea culpaLo más probable es que muchas de esas muestras de afecto hayan sido genuinas y merecidas, pero a ello se le suma un elemento que va más allá de la persona, sino que se explica por la relevancia de lo simbólico en un momento de lamentable desesperanza nacional.

Los elementos protocolares, así como los emblemas nacionales, comunican valores que han trascendido a lo largo de la historia. Estos representan el anhelo de orden, civilidad, institucionalidad, nobleza humana, admiración y gratitud por el espíritu de servicio. Como reportaba el diario El Ferrocarril, en un contexto por cierto distinto, “los valientes de la Esmeralda han hecho a la República el más brillante, el más noble, el más espléndido de los legados que puede hacer el patriotismo a la admiración, al ejemplo, al renombre de la patria agradecida”. Si bien no estamos ante un escenario similar, dicha frase explica a lo que nos referimos con las tradiciones. Estas están para recordar valores que admiramos y también establecen protocolos de gratitud de una población hacia quienes les sirvieron meritoriamente. 

Por esto, es que cuando se habla de emblemas y tradiciones se entienden como elementos de identidad nacional. No porque esta sea un elemento exclusivamente fomentado desde una esfera de poder, sino porque también son usos que provienen de una emocionalidad genuina y en sintonía de una población que busca repetir y significar elementos trascenderán en el tiempo y en el espacio. El nacionalismo, según Gabriel Cid y Alejandro San Francisco en su obra Nación y Nacionalismo en el siglo XIX, se define como aquella “fuerza integradora entendiéndose (…) nación como la expresión de una voluntad general de los ciudadanos”. De esta forma, el elemento central es la idea de tener “conciencia nacional”, la cual permite distinguirse de un otro, entregando “un contenido y orientación a la voluntad política”. Asimismo, se concluye un elemento de unidad que resurge porque existen medios sobre los cuales sostenerse en tiempos difíciles y en los cuales encontramos una respuesta de definición nacional, estableciendo entre todos los ciudadanos un espacio de encuentro y con ello de comunidad. 

Lo ocurrido en los últimos días debe ser adecuadamente interpretado. Los chilenos saben quiénes son y lo que quieren para su país. Sin embargo, existen quienes se ausentaron y aislaron de dicho objetivo, otros ya buscan presionar para que las aguas corran en otro sentido. Para ellos que obstaculizarán cualquier resurgimiento patriótico, es necesario que recuerden las palabras de Manuel de Salas, quien lúcidamente estableció que “las naciones no se hicieron para los reyes, sino estos para las naciones”. Las tradiciones, monumentos e instituciones se erigen y se defienden para recordarles que más que una esfera de poder están en una posición de servicio público. Así, el patriotismo y la identidad nacional quedan unidas armónicamente a la limitación de poderes, inspirada por el republicano deseo de defender la libertad y dignidad individual. 

Antonia Russi. Investigadora Fundación para el Progreso

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