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Frecuentemente, cuando se aborda el tema del aborto, se tiende a presentarlo como una cuestión de ayuda humanitaria, como un camino al desarrollo y como si fuera una importante solución para combatir la pobreza, la violencia, las desigualdades o incluso al “patriarcado”. Sin embargo, la legalización de esta práctica tiene muchas más facetas que sus promotores suelen evadir en el debate público. Una de estas es que el aborto libre ha demostrado, en los países donde es legal, fomentar la eugenesia, definida por la RAE como el “estudio y aplicación de las leyes biológicas de la herencia orientados al perfeccionamiento de la especie humana”.

Según datos publicados en el “European Journal of Human Genetics”, actualizados a finales de 2022, si no existieran los “exámenes prenatales y abortos selectivos, las tasas de nacidos vivos (con síndrome de Down) en toda Europa serían más del doble de los niveles actuales”. Además, este estudio enumera los países europeos con la mayor tasa de abortos por esta condición, encabezados por España y Portugal, dos países con aborto libre, con un 83% y 80% respectivamente.

Igualmente preocupante es la situación en Inglaterra, Escocia y Gales, donde el aborto está permitido libremente hasta cumplidas las 24 semanas de embarazo. No obstante, si el feto tiene síndrome de Down, este está permitido en cualquier momento de la gestación, inclusive hasta el día del parto. Así, surgen numerosas interrogantes: ¿Por qué existe esta discriminación? ¿Son las personas con síndrome de Down menos valiosas? ¿Por qué un cromosoma extra debería privar a alguien de sus derechos? ¿Cuál sería la diferencia con un homicidio diez minutos después del nacimiento? Considerando la eugenesia que subyace a la práctica del aborto, vale la pena preguntarse: ¿estamos protegiendo la diversidad?

A nivel mundial se constata una disminución en las personas con este síndrome y no es porque la medicina haya avanzado para prevenirlo. Al contrario, si se consideran datos del mismo estudio, cada vez hay más gestaciones de niños con síndrome de Down y menos nacimientos, lo que indica un aumento de los abortos selectivos. En otras palabras, no es que haya menos niños con este síndrome; al contrario, hay más, pero son cada vez más los abortados debido a su condición.

Si la balanza sigue inclinándose hacia este lado, poco a poco, las diferencias tan importantes para nuestra humanidad, terminarán por desaparecer. ¿Qué sucederá si algún día se pudiera diagnosticar, por ejemplo, autismo prenatal? No debería extrañarnos que en ese caso hipotético llegáramos a las mismas cifras alcanzadas en el caso del síndrome de Down. El gran riesgo es que este razonamiento no tiene límites: esto ocurriría con cualquier condición -color de piel, orientación sexual, sexo, etc.- o enfermedad que represente una incomodidad o dificultad en un momento histórico determinado. ¿Queremos que nuestro país siga este camino?

Merecen reconocimiento todas las madres, familias y fundaciones valientes que, a pesar de la escasa ayuda disponible, deciden velar por el desarrollo de tantos individuos que viven con este síndrome, reconociendo la dignidad propia de su condición como persona sin importar las circunstancias. Y queda claro que, como el aborto es una práctica, por lo que se ha visto, necesariamente eugenésica, el verdadero apoyo a la diversidad, por tanto, es incompatible con su legalización y normalización en la sociedad.

En definitiva, una cultura provida, inclusiva y tolerante, que busca verdaderos avances civilizatorios, no solo es la que está contra el aborto, sino que también la que trata de cooperar en conjunto para mejorar las condiciones de vida, la educación y el acompañamiento de las personas con síndrome de Down -y cualquier otra condición- en conjunto con sus familias; celebrando las diferencias y velando por la equidad de derechos sin importar las circunstancias, partiendo con el más importante, el derecho a la vida.

Josefina Munita, Presidente de Siempre por la Vida.

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