Presidente Gabriel Boric
Agencia Uno

Hace dos años comenzó a gobernar una coalición inédita en nuestra historia democrática. Y digo inédita, por tres razones principalmente.

En primer lugar, la juventud de los dirigentes de la coalición. A pesar de sufrir de una falta de experiencia grave, en base a discursos y puesta en escena han sabido llegar a ese votante que les interesa, ese 30% que todavía cree que están logrando éxitos. Constituye un manejo político excepcional, que les ha permitido continuar con su programa de gobierno. Algo envidiable, si se tiene en cuenta la experiencia vivida por la derecha en el gobierno anterior.

En segundo lugar, la relación de amistad que existe entre el Presidente y muchos líderes de la coalición. Muchas veces ocurre que quienes ostentan el poder tienen que compartirlo. Sin embargo, pocas veces se puede elegir con quien compartirlo, y Boric no tuvo reparos en llevar a sus amigos de la universidad a La Moneda. A la luz de sus acciones, se vuelve evidente la razón de aquello. Por un lado, existe el pago de favores y la búsqueda de aprovechar la oportunidad económica que ofrece el Estado en una infinitud de empleos y licitaciones, práctica transversal en la política chilena. El “caso convenios” es consecuencia de ello. Por otro lado, en un gobierno dirigido por una ideología colectivista y totalizante, con un diagnóstico crítico de vocación universal respecto de los problemas del mundo, existe la necesidad de rodearse de gente que comparta y adhiera a esa visión sin mirada crítica alguna; y nadie mejor para ello que los propios “compañeros de lucha”.

Por último, y lo más excepcional, es su manera de gobernar. Es común en la política promover y aprobar medidas o decretos que gozan de gran popularidad, aun cuando son perjudiciales para los chilenos. Ejemplos hay de sobra, como los retiros de los fondos de pensiones, la reforma educacional de Michelle Bachelet o la ley de aborto en tres causales. Sin embargo, solo el gobierno de Gabriel Boric ha tenido la osadía de promover y aprobar medidas profundamente dañinas aun cuando son también impopulares. Basta recordar los indultos a delincuentes involucrados en actos violentos en 2019, los tropiezos que ha protagonizado en las relaciones internacionales del país o la propuesta de reglas de uso de la fuerza diferenciado por etnia, sexo u orientación sexual.

En estos dos últimos años, en conclusión, hemos sido testigos de un gobierno excepcional, que ha hecho notar continuamente su falta de experiencia, visión y conocimiento en materias básicas, con consecuencias desastrosas para Chile. Pero al mismo tiempo, un gobierno obnubilado por aquello que justamente lo vuelve temible: la ideología que gobierna sus acciones. Es precisamente en eso que han dado lecciones a todos los demás agentes políticos: en dos años, han trabajado de forma continua y sin claudicar por su programa de gobierno. Claramente, aquí radica la lección más importante que debemos sacar de este intento de gobierno  revolucionario.

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