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Usan desde hongos hasta insectos para el control de plagas y mejoras de los cultivos. Con una demanda mundial que crece al triple que los productos químicos, en Chile se aprueban solo dos al año. Las empresas e investigadores quieren una reglamentación que recoja sus particularidades con el fin de agilizar los estudios.

“Si eres el CEO de una empresa química internacional, vas a estar muy atento a lo que pasa con los bioplaguicidas. La tasa de crecimiento de esos productos en el mundo está en torno al 14%, mientras que los químicos de protección de cultivos aumentan entre 4% y 5% anual”, sostiene Paulo Escobar, presidente de Bioinsumos Nativa.

Nativa, una empresa fundada en Talca, es parte un fenómeno global que le está cambiando la cara al agro chileno. Presionados por consumidores que piden menos residuos químicos en los alimentos y por un sensible mejoramiento de las tecnologías de detección de esas trazas, los agricultores y las empresas proveedoras de insumos están incrementando el uso de productos de origen biológico para controlar plagas. Desde hongos a bacterias, pasando por insectos o extractos vegetales, son usados como herramientas.

La importancia de la industria frutícola en el país ha sido clave en el desarrollo en Chile.

Los períodos de carencia -en que no se puede aplicar un producto a un cultivo- se han ampliado para evitar la presencia de químicos en las frutas. Un elemento crítico, pues esos alimentos van directamente al consumo humano, a diferencia de productos como la soya o el trigo. “En la ventana de tiempo en que no se pueden aplicar productos químicos, se abre una oportunidad para aquellos de origen biológico”, explica Beatriz Ceardi, gerente de Asuntos Regulatorios de Anasac, empresa productora y distribuidora de insumos.

La ejecutiva reconoce que a firmas como la suya les interesa crecer en el área de los productos biológicos porque se combinan muy bien con los de origen químico.

“Las personas quieren un producto con las menores trazas de químicos posibles, pero también, una fruta bonita. Además, el agricultor necesita asegurar un volumen que haga rentable su negocio. Por eso el complemento entre los productos químicos y biológicos es muy interesante”, sostiene Ceardi.

La ejecutiva, eso sí, explica que el número de productos registrados ante el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) es bastante menor respecto del potencial.

En esta última década, lo usual es que no se registren más de dos productos de bioinsumos anualmente. Incluso hay años en que ninguno ha sido aprobado.

La Red de Bioinsumos, organización formada por empresas e investigadores, apunta a trabas como exigencias similares a las de productos químicos, que no tienen sentido en el caso de origen vegetal, como determinar a qué temperatura o velocidad al ser golpeado explota, como frenos al avance de los registros ante el SAG.

“Los bioinsumos, como productos biológicos o provenientes de biológicos, llegaron demasiado rápido a Chile. Nos encontró en una situación de reglamentación ausente, a diferencia de otros países. En Europa o incluso en países latinoamericanos como Brasil, vienen trabajando hace muchos años los biofertilizantes, lo que les dio la pauta para empezar a instalar la normativa”, reclama Maribel Parada, investigadora de la Universidad de La Frontera y presidenta de la red.

Una paradoja si se tiene en cuenta el crecimiento de la demanda por bioinsumos en Chile. Según participantes de la industria, el mercado chileno ya suma US$ 12 millones solo en el segmento de bioplaguicidas.

Claramente llegó el momento de que el sector se ponga pantalones largos.

Mejor definición

Aunque existen registros desde el siglo XVII, cuando extractos de tabaco comenzaron a ser usados para controlar plagas en frutales, y registros de patentes desde la mitad del siglo XX en Estados Unidos, no es sino hasta el último par de décadas en que el desarrollo de productos alcanzó un volumen industrial.

Una de las explicaciones de su retraso es que, por lo general, parecían menos eficientes que los productos de origen químico. La revolución de los laboratorios post Segunda Guerra Mundial permitió el surgimiento de plaguicidas y fertilizantes, fabricados a partir de moléculas químicas, baratos y confiables. En el último par de décadas, sin embargo, la conciencia respecto del efecto en la salud de las personas y en el medioambiente ha frenado el consumo de productos químicos y disparado los que tienen origen biológico.

Sin embargo, el mundo, incluido Chile, solo ha comenzado a regular hace pocas décadas este último tipo de herramientas. En el caso local, se usan las mismas exigencias que las que se tienen para el registro de plaguicidas químicos.

Un retraso que, según los actores del sector, ha significado que en la última década el registro de productos ante el SAG, a pesar del creciente desarrollo por parte de empresas e investigadores, haya sido escaso (ver infografías).

“La mayoría de los registros se obtuvo entre los años 2005 y 2007”, advierte Beatriz Ceardi.

La propuesta de las empresas del sector es avanzar en una normativa específica que reconozca las características y los problemas propios de los productos de origen biológico.

“Nos pasa que tenemos que preparar explicaciones técnicas y científicas que no se aplican a este tipo de productos. Eso demanda tiempo y recursos”, explica María José Callejas, miembro del directorio de la Red de Bioinsumos.

Mejorar identificación

La meta de las firmas de bioinsumos es ambiciosa. No se trata solo de dejar de llenar papeles con los mismos requisitos que para los productos químicos, sino que también establecer un marco con exigencias propias.

Por su naturaleza biológica, se requieren normas de almacenamiento o producción específicas.

Un punto clave es establecer una buena identificación de los productos. Actualmente, se “cuelan” dentro de las categorías hechas para los químicos.

Beatriz Ceardi explica que en Anasac apoyan una clasificación en cuatro categorías: biofertilizantes, bioestimulantes (que pueden ser originados en microorganismos, macroorganismos, extractos biológicos y biomoléculas naturales), biomejoradores y controladores biológicos. Este último segmento se subdivide entre biocontrolador, bioplaguicida y otros mecanismos de defensa sanitaria.

Esclarecer la categoría es solo el primer paso. El siguiente es declarar qué tipo de organismo se usa. Con las tecnologías de análisis genético es fácil identificar qué tipo de virus, hongo o bacteria está presente en el producto. Algo similar debe realizarse si se trata de un organismo más complejo, como un artrópodo.

Los laboratorios que elaboran estos productos también tienen que estar claramente identificados e inspeccionados. Al tratarse de organismos vivos que se aplican sobre plantas, frutas y el suelo, se debe asegurar que no se inserten microorganismos patógenos.

Maribel Parada estima que, junto con los requisitos, una política sobre los bioinsumos debe integrar también una capacitación de los agricultores.

“Por tratarse de organismos vivos, se requiere de una conservación y aplicación que los resguarde”, afirma la dirigente.

Paulo Escobar, en tanto, cree que tan importante como la reglamentación interna es lograr que los productos registrados en Chile tengan una homologación en otros países.

“Chile es un mercado pequeño. Se abriría una oportunidad muy interesante si logramos, en una primera etapa, conseguir una homologación con países de América Latina, como Perú y Brasil. Le daríamos una potencia gigante. Ya logramos homologar la certificación orgánica para los alimentos con la Unión Europea. Es un buen ejemplo de que se puede avanzar”, afirma Escobar.

“Hay empresas importantes que les interesa comprar bioinsumos desarrollados en Chile, pero no lo pueden hacer porque no tienen los registros ante el Servicio Agrícola y Ganadero”
MARIBEL PARADA
PRESIDENTA RED DE BIOINSUMOS

“El mundo está más preocupado por una agricultura más sustentable (…) La reglamentación chilena no ha ido al ritmo del desarrollo del sector de los bioinsumos”
BEATRIZ CEARDI
GERENTE DE ASUNTOS REGULATORIOS DE ANASAC

Fuente: Revista del Campo

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