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Uso de microorganismos para bajar los niveles de agroquímicos, mecanización, uso de nuevos sustratos y nueva genética son parte de las opciones para mejorar la producción y ponerse a tono con las nuevas exigencias del mercado.

Alfredo Rojas maneja 60 hectáreas de hortalizas en Colina. Con 47 años y tres décadas como agricultor, vio cómo la ciudad se acercó a Chicureo, donde su familia lleva generaciones como hortaliceros.

Al interior del campo, los cambios también han sido dramáticos. A comienzos de la década de los 90, con su padre, lograban 40 toneladas de cebollas por hectárea. Ahora obtiene más de 80 toneladas por hectárea.

-Las nuevas variedades híbridas han permitido un salto -sostiene.

El hortalicero, que comercializa directo para aumentar sus márgenes, explica que este año introducirá un nuevo cambio: una máquina para la siembra directa. La medida significará que en 2019 ya no necesitará colocar plantines a mano.

-No es solo que el valor de la mano de obra haya subido, porque para plantar una hectárea de cebollas se necesitan $900 mil; lo más complicado es que no hay gente dispuesta a trabajar en el campo -afirma Rojas.

El desafío técnico es importante, pues obliga a un trabajo mucho más exigente en los suelos, ya que se necesita posibilitar tanto el paso de maquinaria como asegurar un comportamiento homogéneo de las semillas.

Los cambios que vive Rojas se repiten en el rubro, que hoy vive uno de sus momentos más innovadores.

La demanda de los supermercados, la agroindustria y de las empresas de comida institucional han obligado a un salto en la gestión de los campos. Además, la mayor competencia de las proveedoras de material vegetal e insumos ha hecho explotar el número de alternativas tecnológicas, desde el uso de microorganismos hasta nuevas maquinarias, pasando por uso de portainjertos y nuevo material genético.

Sin embargo, el despertar de la producción hortalicera en el sur, tradicional destino de los productores de la zona central, acorta los márgenes. La falta de interés por trabajar en el campo ha alejado a las nuevas generaciones y la escasez de mano de obra obliga a repensar los cultivos.

A toda máquina

A Jorge Verschae le toca ver hortaliceros de todos los tamaños, unos enfocados en proveer a supermercados, otros a cadenas de comida rápida y algunos, a la agroindustria, mientras que otros venden en el mercado mayorista de Lo Valledor. Verschae es jefe comercial de hortalizas de Olmos Plant, uno de los principales proveedores de material vegetal y tiene una imagen clara de cómo son los agricultores:

-Hay un grado de profesionalismo muy alto. Las exigencias de los supermercados obligan a trabajar con bajos niveles de residuos y una alta tecnología. Lo mismo pasa con las cadenas de comida rápida. No se trata solo de producir en forma inocua, sino que deben tener un alto nivel de gestión, pues requieren demostrar trazabilidad. Por ejemplo, a algunos agricultores tenemos que enviarles certificados de los plantines que nos compraron para mostrárselos a sus clientes. Si no cumplen con una transparencia total, simplemente quedan fuera del negocio.

Un grado de exigencia que incluso puede superar al de la fruticultura. En el caso de la agroindustria, los niveles de residuos tolerados son similares a los de la producción orgánica. La razón es que en la industrialización usualmente se concentra la materia prima. Una traza que puede parecer muy pequeña en un tomate se termina amplificando en un sobre de salsa, pues se utilizan varios para elaborarla.

Ángel Reyes produce hortalizas para la agroindustria en Rengo, en la Región de O’Higgins, y le toca enfrentar esas exigencias.

-Cuando entras como proveedor, tienes que mostrar hasta el tipo de maquinaria que tienes. Necesitan comprobar que posees la capacidad para responder a su demanda. Lo bueno es que tienen una importante, siempre están buscando nuevos agricultores -explica Reyes.

El agricultor sostiene que las hortalizas están metiéndose a fondo en la mecanización. El objetivo es llegar a una situación como la del maíz, en que desde la siembra a la cosecha se hace con máquina.

En parte, este fenómeno viene impulsado por la falta de personas interesadas en trabajar en la horticultura con los sueldos que pueda sustentar ese tipo de cultivo.

Otro punto importante es que hoy existe un mayor número de proveedores de máquinas y que el avance de la tecnología permite programarlas para funcionar con varios cultivos.

Obviamente, la sofisticación está ligada al valor.

-Una cosechadora no es barata, puede ir de $15 millones a $25 millones, pero hay que tomar en cuenta la reducción de costos que se logra -sostiene Alfredo Rojas.

Viva la diversidad vegetal

La mecanización es uno de los factores que alimentan un nuevo fenómeno: la mayor diversidad de material vegetal.

Los plantines y semillas deben adaptarse a un manejo más industrial, por lo que las variedades antiguas corren con desventajas. Adicionalmente, la mayor sofisticación del negocio hortícola obliga a exigir variedades que se adapten lo mejor posible al tipo de suelo, clima y ventana de comercialización del agricultor.

Jorge Verschae explica que hace dos décadas había unas cinco empresas obtentoras de nuevas variedades de hortalizas instaladas en Chile. En la actualidad, superan la veintena. El ganador final es el agricultor, que tiene más cartas con las que jugar.

Los nuevos desarrollos no solo apuntan a una mayor mecanización, sino que también a mejor presentación, resistencia a inclemencias del tiempo y mayor productividad, que en algunos casos duplica la que se lograba un par de décadas atrás. En todo caso, también hay una revolución subterránea. El uso de portainjertos, muy asociados a la fruticultura, se populariza en las hortalizas.

-Los portainjertos permiten una producción más segura -explica Verschae.

Se trata de productos hechos para funcionar en forma más eficiente con diferentes tipos de suelos, permitiendo a la planta tener un mejor desempeño sobre la superficie.

Uso de microorganismos

En las hortalizas, cada vez más, se usan microorganismos, e incluso consorcios de bacterias, para promover la productividad y proteger la sanidad de las plantas. El uso de micorrizas para mejorar la absorción de nutrientes o de tricodermas para enfrentar enfermedades son parte del nuevo arsenal.

El auge de las herramientas biológicas se debe a la necesidad de rebajar la cantidad de residuos. En la horticultura es probable repetir varios ciclos de un vegetal en el mismo suelo. El caso más extremo es la producción bajo invernadero, en que no se puede mover la estructura. Esa repetición hace que sea más probable generar enfermedades.

Antiguamente, la solución era usar fuertes dosis de químicos. El más usado era el bromuro de metilo, hoy prohibido. Como los niveles aceptados de residuos cada vez son menores, los hortaliceros se han volcado a las herramientas microbiológicas.

Además, las empresas agroindustriales y las cadenas de retail exigen menores niveles de nitritos y nitratos, usualmente asociados al uso de fertilizantes, tanto en el producto final como en los campos. Por eso, el uso de microorganismos que mejoren la absorción de fertilizantes por parte de las raíces va en alza.

Coco, la nueva estrella

Junto con presionar la adopción de herramientas microbiológicas, las exigencias de residuos han llevado a un cambio aun más radical: cambiar el suelo.

Una de las tecnologías que ganan espacio es la producción con fibra de coco como sustrato.

Sus primeros pasos se dan en los tomates, sobre todo los que se producen en invernadero. Incluso algunos viveros comenzaron a ofrecer plantines enraizados en fibra de coco y que pueden ser colocados más fácilmente sobre ese sustrato al llegar al invernadero.

Como se ve, los horticultores no se cansan de innovar.

LOS MICROORGANISMOS ganan espacio para ayudar a mejorar la calidad.

“En las hortalizas, lo único estable es el cambio. Las exigencias aumentan y hay nuevas tecnologías. Se necesita una alta capacidad empresarial para ser exitoso en este rubro”.
JORGE VERSCHAE
Jefe comercial Hortalizas Olmos Plant

“La mayoría de los clientes en la agroindustria si no exige una hortaliza orgánica, pide un producto que se le parece mucho. El control que hacen es completo, tanto en el producto como en el campo.”
ÁNGEL REYES
Hortalicero de Rengo

Fuente: Revista del Campo

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