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A pesar de los continuos cambios por las tendencias mundiales vistos por la disminución de familias biparentales y de las tasas de nupcialidad, la familia se ha mantenido como la principal estructura social alrededor del mundo, y así lo confirma la Organización de las Naciones Unidas (ONU) al declarar –hace ya 25 años– el 15 de mayo como el Día Internacional de la Familia. Ésta no es sólo una forma de organización de la sociedad, sino que también un agente esencial para lograr un desarrollo sostenible, ya que permite encarar los problemas sociales de forma global si se miran desde las políticas públicas y, al mismo tiempo, individualizada, ya que cada uno de los integrantes se ve directamente afectado o beneficiado por los cambios dentro de una familia.

Es preciso volver la mirada y analizar qué está pasando en nuestro país en este tema. El último Censo ha dado señales de cómo los cambios ya están ocurriendo. La cantidad de integrantes en los hogares chilenos se ha reducido de 3,6 (año 2002) a 3,1 (año 2017) y los hogares nucleares sin hijos han aumentado casi al doble en los últimos 15 años (de 383.566 a 716.248). No obstante, uno de los datos que más llama la atención –y que demuestra los cambios en la estructura familiar– es el rol que la población femenina ha asumido en la familia chilena. Los datos muestran que el 41,6% de las jefas de hogar son mujeres y que un 84,9% de los hogares monoparentales tiene una mujer a la cabeza. Esto –en parte– se puede explicar por el mayor nivel educacional que tienen las mujeres en comparación a los datos del último Censo, ya que en 1992 la población femenina tenía en promedio 8 años de escolaridad, mientras que el año pasado esta cifra creció a 10,9.

Sin embargo, teniendo a la vista estos números, llama la atención cómo seguimos dejando de lado a la familia y no somos capaces de ver en ella una oportunidad de reconocer e identificar cuestiones sociales, económicas y culturales. En Chile, por ejemplo, la familia hoy existe casi exclusivamente en un espacio privado y la “individualización” de los chilenos la ha postergado o simplemente desplazado de la vida de muchos. Incluso en los mismos hogares nucleares está muy presente el individualismo, lo cual ha hecho que la familia “extensa” –que incluye a padres, hijos, abuelos, tíos y sobrinos– vaya en descenso y exista menos contacto con ellos, aislándose estos núcleos familiares de la dimensión comunitaria que tienen los vínculos de parentesco.

Estos números están haciendo un llamado de atención a una realidad que no estamos enfrentando. Una muestra de esto es cómo las mujeres aún llevan una carga inmensa en el ámbito familiar, debiendo incluso hacerse responsables de la familia “extensa”, es decir, hijos, pareja y otros parientes.

Una política moderna sobre familia debe ajustarse al desarrollo social que ha tenido la población en los últimos tiempos y permitir la participación de todos los miembros que integran un grupo familiar. Es por esto que hay que preguntarse si lo que estamos haciendo nos permite promover un progreso social sostenible a través de la familia o si es necesario abrir aún más los ojos y reenfocarlos para elevar así el nivel de vida de nuestro país.

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