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Es verdad que cuando un niño pasa a cuarto básico, lo más común es que para todos los de su alrededor: Padres, familiares, amigos y profesores empiecen una cuenta atrás hasta que el niño supo leer. Una cuenta atrás que, como cualquier otra, esperan que sea corta. Probablemente, tenga que ver con que vivimos acelerados y se acaba imponiendo la cultura de la velocidad muy típica de nuestro país. Hoy todo es instantáneo, evitamos a toda costa las esperas, en cuanto un ordenador empieza a ir lento lo cambiamos y antes de que el semáforo se ponga en verde ya estamos acelerando. Pero no nos planteamos siquiera si realmente tenemos prisa.

Esto es a partir de que el Ministerio de Educación informó que más de unos 158 mil niños y niñas de todo el sistema escolar, en promedio, terminan primero básico y pasan a segundo sin un nivel adecuado de lectura para su edad o, incluso, sin saber leer. ¿A qué edad debe aprender a leer o escribir un niño? ¿Lo antes posible? La respuesta es bien sencilla: un “NO” rotundo.

Por ejemplo, en Gran Bretaña los niños comienzan a leer y a escribir a los cinco años; en China empiezan a leer a los tres años y a escribir a los seis años;, en Polonia ya en preescolar los niños aprenden las primeras letras, igual que en España y otros tantos países de todo el mundo. Frente a ello, Finlandia, uno de los países en los que siempre destaca su sistema educativo, los niños no comienzan a leer y escribir hasta los siete años.

¿Quién hace lo correcto?

Es evidente que, funcionalmente, no lo necesitan. Leer libros se los podemos (y debemos) leer (o contar, que no es lo mismo) los padres y maestros, y para jugar y aprender no les hace ninguna falta. ¿Qué más tiene que hacer un niño de infantil? No necesitan saber leer ni escribir para comer, dormir ni divertirse. Entonces, ¿para qué tanta prisa? A lo mejor es que tienen ventaja sobre aquellos que empiezan a leer más tarde. Sin embargo, no existe ninguna investigación que demuestre que los niños que leen a los cinco años tengan mejores resultados a largo plazo que aquellos que aprendieron a los seis o siete, y seguro que no es por falta de estudio.

Cada niño tiene su ritmo de desarrollo, y efectivamente, habrán algunos que tengan mucha curiosidad y facilidad desde muy temprano, pero no nos engañemos, no es lo habitual. Estamos tratando de acelerar un proceso que necesita su tiempo. Hay cosas que, simplemente, han de cocerse a fuego lento para que el resultado sea el esperado, el mejor de los posibles. Estamos tratando de realizar la mejor tarta del mundo en el microondas, porque sube antes. Sí, sube antes, pero ¿a costa de qué? Enseñarles a leer mientras no lo necesitan, no les interesa y no es su momento, significa presionarles. Y la presión, evidentemente, desmotiva, y lo que no motiva es muy difícil que se aprenda significativamente.

Con demasiada frecuencia, el tiempo no respeta el ritmo natural de la infancia y la adolescencia, y fuerza una educación precoz y una adultez prematura de efectos nocivos y perversos. Demasiados estímulos, presiones y prisas. Finalmente, lo que nos falta es la parte lúdica de la lectura más allá de la obligación de leer un libro para el colegio. Hay que avanzar en la comodidad para poder leer y de la instalación de bibliotecas dinámicas.

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