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Anna Hanke
Directora de Formación
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Actualmente, la comunidad internacional se enfrenta a numerosos desafíos. Una crisis migratoria acechando las fronteras de Estados Unidos y Europa, la seguridad internacional continuamente amenazada con casos como el del periodista Khashoggi en Turquía, relaciones internacionales cada vez más frágiles producto de la guerra comercial entre gigantes. Qué decir del Brexit y su incierto futuro, y de mandatarios electos tipo Bolsonaro, cuya política exterior vaticina desde ya próximos quiebres. Ante este escenario, el 70º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos llega en buen momento.

Así, el 10 de diciembre recordamos la primera vez en que los derechos humanos se debatieron multilateralmente a nivel internacional. El trabajo de redacción estuvo a cargo de la Comisión de Derechos Humanos y culminó después de dos años con la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Este trabajo estuvo principalmente motivado por las consecuencias que dejó la Segunda Guerra Mundial. Así lo deja en evidencia el preámbulo de la Declaración, al mencionar que “el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”. Dado este contexto, las atrocidades vividas dieron cuenta de la necesidad de vencer las diferencias filosóficas y jurídicas, de formación espiritual y hasta limitaciones en el lenguaje que debió enfrentar la Comisión a cargo de la redacción del instrumento. En dicho proceso, la comunidad internacional participó a través de 18 naciones que por primera vez representaron la diversidad existente en el mundo, marcando un hito en la historia de las relaciones internacionales. Dentro de los 18 elegidos se encontró Chile, representado por el embajador Hernán Santa Cruz.

Si bien jurídicamente la Declaración no tiene fuerza obligatoria, al ser una simple resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, su importancia política y moral son innegables. En pleno comienzo de la Guerra Fría, y aun cerrando las heridas de la Segunda Guerra, este instrumento logró ser un punto de encuentro en donde la dignidad intrínseca y el valor de la persona humana fueron el centro de la discusión.

Con todo, las tendencias de aislacionismo y bloqueo que se están dando en la comunidad internacional dan cuenta que se está perdiendo el foco que la inspiró. Problemas como el cambio climático, la crisis migratoria y el crecimiento sustentable solo se pueden enfrentar trabajando colectivamente entre las naciones para así entregar soluciones concretas a la comunidad global.

En ese sentido, la Declaración Universal de Derechos Humanos nos ayuda a recordar una vez más lo que debe inspirar a las relaciones internacionales. Éstas tienen un rol fundamental para hacer posible el desarrollo y protección de la humanidad, al cooperar de forma responsable y amistosa en la resolución de las distintas problemáticas, y no sólo para prevenir hechos de “barbarie ultrajante”, sino que para seguir educando y concientizando que, sin importar la tradición cultural, ideológica o religiosa que se trate, el ideal común debe ser la protección de la persona humana.

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