Gabriel Olave
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Nuevamente el invitado de honor a la mesa de selección escolar es don “Mérito”. Este señor cuenta con una alta reputación ante sus amigos “Nacional”, “Barros Arana”, “Darío Salas”, entre otros históricos.

Estos señores afirman que están “a favor del mérito en el sentido pedagógico y convivencial” y reclaman que el sistema de admisión actual “sustituye el mérito, el esfuerzo y el compromiso por el azar”. Desde estas declaraciones, uno vislumbra una confianza plena en este invitado de honor, don “Mérito”, y en su capacidad de seleccionar solo considerando el esfuerzo y compromiso de las personas, sin dejar que otros criterios arbitrarios, como la clase social o la red de contactos, nublen su aguda visión.

Por esto, han celebrado con “hurras” el reconocimiento a don “Mérito” en el Proyecto de Ley Selección por Mérito Académico. Esta iniciativa permite la selección, a partir de séptimo básico, por criterios académicos para el 100% de las vacantes de establecimientos educacionales de alta exigencia que tengan más postulantes que vacantes.

En algún sentido se comprende por qué este grupo de amigos celebra esta medida: no todos están preparados para sortear los altos niveles de rendimiento exigidos. Por ende, lo más simple y óptimo es seleccionar a aquellos alumnos que ya tengan un buen desempeño académico, dado que tienen mejores habilidades para desenvolverse en estos liceos.

El problema de don “Mérito” es que sus ojos no ven tan bien como él cree: el desempeño académico no es solamente una variable influida por la voluntad de las personas. El contexto barrial, la educación que entregan los padres, las redes de contacto, las costumbres de los pares, entre otras variables sociales, afectan la voluntad y, finalmente, el resultado final del estudio.

En este marco, la selección por mérito puede reproducir desigualdades persistentes en nuestra sociedad, ya que en general los alumnos sin “mérito” son aquellos más vulnerables, que viven en contextos familiares y barriales de violencia, con viviendas precarias, en los que es muy difícil alcanzar los niveles de rendimiento requeridos. Es verdad que hay casos de alumnos en estas situaciones que logran buenos resultados académicos. Pero ¿qué pasará con todos los demás que por circunstancias dadas no serán seleccionados por estos liceos? Es probable que no accedan a una educación del nivel entregado en estos establecimientos dado que, en general, tampoco disponen de los recursos económicos para acceder a colegios privados. Esto a su vez afectará sus oportunidades futuras de surgir del contexto en el que nacieron, ya que la educación es una variable que influye significativamente en las trayectorias de vida de las personas en Chile.

Ahora bien, al parecer el Proyecto de Ley Selección por Mérito Académico intuye, en parte, este problema. Por esto, exige que se logre una cuota de inclusión de un 50% de alumnos vulnerables. Sin embargo, queda la duda de cómo los liceos emblemáticos implementarán estos criterios. A partir del discurso de sus directores, se puede deducir que habrá una posible sobre ponderación del mérito como criterio rector de admisión.

Ciertamente que don “Mérito” debe estar en la mesa de selección escolar. Pero si le vamos a dar peso, hagámonos cargo de su problema de visión, elaborándole unos lentes “sociales” mediante más y mejores políticas públicas e iniciativas público-privadas dirigidas a enfrentar los factores vinculados al contexto barrial y familiar que afectan el desempeño de muchos estudiantes vulnerables. Por ejemplo, sería recomendable implementar proyectos de apoyo educativo de alto impacto y duración, que traspasen habilidades académicas y hábitos de estudio a los alumnos que viven en contextos difíciles, en donde se involucren efectivamente a las familias.

Don “Mérito” puede tener toda la buena intención. Pero necesita de una mejor visión.

Gabriel Olave
Investigador IdeaPaís

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