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Prender la tele. Ver “elecciones del PS”. Escuchar lazos con el narcotráfico, padrones abultados, clientelismo. Confirmar que no estamos viendo una serie. “La calidad teatral del mundo político se había tornado tan patente, que el teatro podía aparecer como el reinado de la realidad”, decía Hanna Arendt, filósofa alemana, años atrás. Hoy, esta frase, más de lo que quisiéramos, logra retratar la arena política chilena.

Aquello que pensábamos que solo pasaba por nuestros ojos sentados en el sillón o que ocurría en otros países, se volvió realidad. Y es que no es exclusivamente el Partido Socialista ―últimamente involucrado en sendos escándalos―; son también otros incidentes que han manchado a tantos otros. En tiempos donde los partidos y los “políticos” son vistos con desconfianza por la sociedad, temas como la corrupción y los lazos quebrados con la ciudadanía deben ser, nuevamente, abordados con urgencia.

Quizás vale la pena empezar por el principio. Los partidos políticos son definidos según su propia normativa como; “asociaciones autónomas y voluntarias, donde personas que comparten los mismos principios ideológicos y políticos contribuyen al funcionamiento del sistema democrático”. Así, los entendemos como vehículos de las personas; para que en torno a ideas y usándolos como plataforma, se reúnan y accionen. A lo largo del tiempo se han conformado como fuerzas claves para la estabilidad, el desarrollo y el funcionamiento de la institucionalidad. Ahora bien, en este caso más que nunca aplica el refrán “del dicho al hecho”. Más que los grandilocuente adjetivos anteriores, la realidad nos muestra que los partidos políticos están asociados a palabras como corrupción y desconfianza que no hacen más que evidenciar la brecha que se ha ido conformando entre éstos y la ciudadanía.

La escisión que vemos responde a múltiples causas. Por de pronto, es probable que hayan aspectos externos que hagan que la forma que entendamos hoy a los partidos políticos esté media obsoleta; una política cada vez más fijada por los criterios supranacionales o los niveles de interconexión jamás visto ilustran algunos de estos factores. Sin embargo, es indudable que los errores no forzados que los mismos partidos han cometido han jugado un rol crítico; un financiamiento en entredicho, la poca (o nula) transparencia, la incapacidad de relacionarse con el electorado (las personas), la tentación de la corrupción latente, la sensación de ser manejado solo por unos pocos y la falta de democracia interna. Así, termina siendo casi irrefutable la idea de que estas entidades se han transformado más en fines en sí mismos, que en medios para buscar un fin mayor. En este escenario, no muy auspicioso, es necesario esclarecer al menos algunos desafíos a los que se les debe hacer frente.

Por un lado, hay que hacerse cargo de la desconexión que existe entre los partidos y las personas. Vale la pena, por ejemplo, preguntarse cómo involucramos a los jóvenes, generación que está alejada de la política, o de las formas tradicionales de la política. En este contexto, habrá que cuestionarse si las juventudes de los partidos están efectivamente cumpliendo un rol formativo y de primeras experiencias o más bien son meras instancias de reclutamiento para las próximas elecciones.

Por otra parte, si pensamos en personas que provengan de distintos lados cada uno con lo propio para aportar, ¿cuántas instancias existen hoy en los partidos o coaliciones para que puedan participar, por ejemplo, a través de una discusión abierta? ¿realmente creen que pueden influir en las decisiones de los partidos?. Es necesario buscar más representatividad, más comunicación, que pase, por ejemplo, por una mayor articulación de espacios que canalicen inquietudes de las personas. Que existan más instancias donde se entregue información a quienes así lo deseen, se pueda discutir sobre ella y llegar a acuerdos. En definitiva, el cambio mayor es que los partidos vuelven a poner en el centro a las personas. Estas son alternativas reales que debiesen ser exploradas, y así, eventualmente permitir a las personas volver a conectarse.

¿Es que los partidos están cambiando o estamos viendo su propio declive? Para que no sea lo segundo, es necesario tomar este desafío con urgencia. Lo importante es romper la inercia actual y partir cerrando esta brecha que permitirá a la larga fortalecer la democracia en sí misma. Y quizás así, no nos sorprendamos frente a una segunda, o ya enésima, temporada de lo que hoy estamos presenciando.

 

Magdalena Ortega
Directora de Formación
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