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Cada vez son más personas las que viven una realidad de salud muy poco conocida: la hospitalización domiciliaria.

Este tipo de hospitalización es un equivalente a una hospitalización tradicional, con las mismas prestaciones (tanto de insumos, como de cuidado por personal de salud), pero estas son entregadas en su domicilio. Se puede dar tanto en el sistema de salud privado, como en el privado.

Un gran grupo de los pacientes que están con hospitalización domiciliaria son los pacientes ventilados, aquellos que requieren del apoyo de ventilación mecánica, ya sea algunas horas o dependencia total y que son considerados personas electrodependientes y muchos de ellos (sino la mayoría) son niños.

En el sistema público suelen enfrentarse a más dificultades, porque frecuentemente terminan viviendo institucionalizados o se les da “de alta” sin los cuidados que necesitan, sólo con prestaciones parciales y no una verdadera hospitalización domiciliaria.

Para los pacientes ventilados beneficiarios de Fonasa, el Estado entrega algunas ayudas, pero está muy al debe y a años luz del sistema privado. Por ejemplo, existen programas ministeriales para ellos que, en teoría, permiten técnicos de enfermería para el cuidado del paciente, kinesiólogos, visitas de enfermería y de médicos, insumos, etc. Pero, en la práctica, los insumos no son suficientes y lo más grave es que muchas veces quedan al cuidado de sus familiares, quienes no son profesionales de la salud.

He conocido padres que deben dejar de trabajar para cuidar a sus hijos porque no tienen personal calificado que lo haga. Estamos hablando de niños que estarían en la UCI de un hospital, que si bien están estables, requieren cuidado por profesionales. A esto, además del enorme costo económico por la condición de salud del niño, se le suma la falta de ingresos de esa familia por la imposibilidad de trabajar de uno, o ambos, padres.

Sobre todo en regiones estas familias pueden, a veces, quedar muy solas.

Un paciente que requiere hospitalización domiciliaria es un paciente con una complejísima condición de salud y muchas veces, crónica. Son enfermedades de alto costo tanto económico, cómo emocional. Hoy, gracias a los avances en el área de la salud, cada vez está siendo más frecuente, sobre todo en pediatría, donde niños que antes morían, hoy pueden vivir muchos años, estables, en sus casas con sus familias. Algunos incluso van al colegio con su ventilador. Cada uno de ellos merece el respeto a su dignidad, al igual que lo merece cualquier otra persona. Que estén en sus hogares es para que ellos, y sus familias, puedan tener una mejor calidad de vida pero esto solo es posible si reciben el cuidado que requieren.

Existen numerosas prestaciones que no tienen cobertura, por ejemplo la terapia ocupacional, que es clave para estos pacientes. Vacunar a estos niños es complejo, son niños que muchas veces se tienen que trasladar en ambulancia y algunos centros de salud no permiten que vayan a sus casas a vacunarlos; también requieren ser vistos por equipos médicos multidisciplinarios, lo que no siempre ocurre.

Tampoco, tras 12 años de conocer esta realidad, he apoyo psicológico, ni para el paciente, ni para sus familias. El bienestar emocional de este grupo de pacientes no parece ser una preocupación para el sistema de salud.

En estos momentos estamos en una crisis de la salud pública a nivel nacional. Sin embargo  la piedra de tope acá no es económica, porque un día de hospitalización domiciliaria es más barato para el Estado que un día cama en un centro hospitalario. Es un tema de voluntades y de entender la importancia de darle la mejor salud posible a todos, también a los pacientes crónicos.

Se trata de un área relativamente nueva y de rápido crecimiento y la sociedad completa tiene que ir cambiando para poder incluirlos y darles las oportunidades que necesitan y merecen.

Constanza Saavedra
Doctora
Directora Fundación “Testimonios por la Vida”

 

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