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A propósito de la visita de Walter Heyer a nuestro país (ex transgénero dedicado a informar y a ayudar a personas trans a revertir el cambio que una vez creyeron era lo que querían), me parece importante desarrollar un punto sobre el que Heyer enfatizó. Se trata de una posición que algún sector de la derecha no ha asumido y que, por lo tanto, sigue en deuda frente a una gran masa de personas que, por diversas razones, optan por cambiar su identidad sexual. A pesar de los argumentos de fondo que nos llevan a estar en contra de las ideas matrices de la Ley de identidad de género, tras esta realidad hay una serie de problemas sociales y culturales los cuales nos obligan a adoptar una actitud de acogida a muchas personas en esta situación.

No es sorpresa ni novedad los problemas que tiene la comunidad trans en nuestro país, que se dan tanto previo como posterior al cambio de sexo; el miedo con que muchos viven pensando en lo que les podría pasar, casos de bullying, de maltrato y de discriminación a la hora de buscar trabajo abundan en nuestro país.

No se trata de especular sobre cómo se genera o cómo una persona pasa de ser hombre a sentirse del sexo opuesto y viceversa (ese debate se lo dejamos a la ciencia que, dicho sea de paso, estuvo ausente del debate legislativo). El punto realmente importante es la consideración radical de que el otro es persona, sin importar el color de piel ni la condición sexual. Que el otro sea un ser humano nos obliga a respetarlo y a acogerlo igual que a cualquiera, sin discriminar ni segregar, ya sea de su vida laboral, amorosa, familiar, etc. Sin dejar de lado el fenómeno social que hay por detrás de miles de personas que pasan por esto.

Es bueno recordar que el principio de la dignidad de la persona humana se debe poner por encima de cualquier discusión política sobre el tema. Lamentablemente, cierta derecha chilena no ha puesto el énfasis en este aspecto; ha hecho falta, ante todo, acoger y comprender a las personas que buscan una transición de su género y, desde allí, proponer políticas públicas que busquen el bien común. Solo así podremos crear un cambio cultural en donde la discriminación, la segregación y la violencia hacia otros que pasan por un cambio que es doloroso y complicado, se discuta con altura de miras y con real preocupación sobre qué es lo correcto en una sociedad. Al fin y al cabo, es distinto darle una solución a este problema desde la inclusión y el acogimiento, que desde la violencia, el rechazo y la discriminación. No se puede ignorar todo lo que implica que una persona quiera cambiar su género, pero esto no quita que se debe respetar y acoger al otro para dar una solución desde la política pública.

Ivan Suric G.
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