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Publicado en El Líbero

Un gran revuelo causaron los dichos de Mario Vargas Llosa sobre que no era legítimo comparar las dictaduras, ya que por definición son siempre malas. Comparto que es un problema hablar en abstracto de dictaduras menos malas que otras, porque se corre el riesgo de intentar justificarlas. Sin embargo, es cierto también que parte del problema es semántico.

¿Qué es una dictadura? ¿Nicolás Maduro es un dictador? La mayoría pensamos que obviamente lo es, pero no todos están de acuerdo. Otro ejemplo, para mí China es una dictadura que entrega crecientes grados de libertad económica, al mismo tiempo que restringe las libertades políticas. Xi Jinping no sólo ha concentrado más autoridad que sus antecesores, sino que además busca perpetuarse en el poder.

En la existencia de libertades económicas junto con restricciones políticas, el caso chino tiene similitudes con lo que fue la dictadura chilena (aunque ésta última con mayores libertades en ambos campos). Sin embargo, en una entrevista reciente Ricardo Lagos definía a China diciendo que tenía “su propio sistema, un modelo de inspiración socialista, que nosotros respetamos”. Curioso, él fue uno de los principales detractores de la dictadura chilena. ¿Es porque China tiene mucho poder y es un socio comercial importantísimo? ¿No es un tema de principios, entonces? Parece haber muchas incoherencias en estos discursos sobre dictaduras y democracias, y demasiada búsqueda de ser “políticamente correcto”.

Por otra parte, somos testigos de los problemas que enfrentan las democracias en el mundo, partiendo por las más antiguas e históricamente respetadas, y que están llevando a que se empiece a mirar con más benevolencia a regímenes autoritarios que sólo tienen una máscara de democracia, cada vez más desgastada. Parece que el problema principal no son las autocracias, sino la decadencia de las democracias occidentales, lo que incluye a Estados Unidos.

¿Y qué ocurre cuando miramos nuestra democracia? Llevamos casi 30 años desde que la recuperamos, sin duda nos ha ido bien, Chile es uno de los países que más ha crecido en occidente en ese lapso, pero también es cierto que hace varios años que nuestros éxitos empezaron a languidecer, lo que se refleja claramente en las tasas de crecimiento y en el comportamiento de la productividad. De hecho, sólo durante el primer tercio de ese período tuvimos buenos resultados, pero luego de eso, en promedio la productividad ha crecido en torno a medio punto porcentual por año, en comparación con un resultado de 3,6% entre 1990 y 1997.

Hay más de una razón que lo explica, pero a mi juicio uno de los problemas que enfrentamos es que los gobiernos democráticos no han sido capaces de realizar reformas con costos políticos en el corto plazo, pero que son muy positivas en el mediano plazo. Pareciera que nuestros líderes políticos nunca han tenido el liderazgo suficiente para llevar a cabo reformas estructurales, como fueron la apertura comercial unilateral, la eliminación de los controles de precios, la reducción de impuestos distorsionadores, el fin del sistema previsional de reparto junto con el auge del sistema financiero privado, las privatizaciones de empresas públicas, el fomento a la minería privada y la creación de universidades no estatales, por mencionar las que me parecen claves en la productividad. Todas instauradas sin el concurso del Congreso ni de los partidos políticos, ampliamente rechazadas y criticadas en su momento, pero hoy reconocidas como aspectos esenciales del proceso de desarrollo del país. ¿Qué reformas de esa magnitud se han emprendido en democracia? ¡Si ni siquiera se ha subido la edad de jubilación femenina ni aumentado la tasa de cotización previsional, a pesar de la evidente necesidad de hacerlo! Tampoco se ha cambiado el sistema de indemnizaciones por años de servicio, a pesar de las evidentes ineficiencias que genera.

No se trata de justificar dictaduras, pero sí de pedir a nuestros líderes que lo sean un poco más en pro del bienestar de largo plazo de la sociedad, y no sólo mirando sus posibilidades de ser reelegidos, porque es ésa la actitud que lleva finalmente al desprestigio del sistema.

Aspiro a que el actual gobierno logre el apoyo para tomar este camino. Lo que se haga en materia de impuestos, de pensiones, de legislación laboral, educación, capacitación y de reforma del Estado serán los tests para chequear si los políticos son capaces de prestigiar la democracia y olvidarse, al menos por un rato, de las encuestas de popularidad.

María Cecilia Cifuentes
Panelista Faro Económico
Radio Agricultura

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