Jorge Loyola/Aton Chile
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La carta firmada en 2013 es parte de la investigación del Ministerio Público por encubrimiento. Fue encontrada en un allanamiento al Arzobispado de Rancagua. Respecto de los abusos le dice al arzobispo Ricardo Ezzati: “A veces tengo la impresión, quizás muy subjetiva, que no compartes los criterios de la Comisión Nacional en estos delicados temas”.

El texto, publicado hoy en El Mercurio comienza así: “Rancagua, junio 11 de 2013. Querido Ricardo (Ezzati): En espíritu de fraternidad y con profundo amor a ti y a la Iglesia, quiero abrirte mi corazón para expresar algunas reflexiones que he orado ante el Señor y quiero compartirlas contigo, consciente de mis límites, debilidades y pecados. Esta carta es conocida solo por ti y por mí. Te pido que puedas acogerla con espíritu abierto y sencillo, de alguien que te quiere, te respeta y valora profundamente tu servicio eclesial”.

“Quiero, en espíritu de fraternidad y amistad, expresarte algunas preocupaciones. Lo que tú dices y lo que tú haces repercute en toda la Iglesia en Chile (…) quiero compartir dos temas de preocupaciones: 1. El ejercicio de la autoridad, 2. El tema de los abusos en la iglesia”, señala el texto en un comienzo.

Posteriormente se lee: “A veces tengo la impresión, quizás muy subjetiva, que no compartes los criterios de la Comisión Nacional en estos delicados temas. A su vez, miembros de la Comisión manifiestan su disconformidad frente a algunas situaciones que te ha tocado asumir. A mí, no me ha sido fácil. Mantener la comunión contigo y respetar y escuchar los juicios críticos de los integrantes requiere un equilibrio complejo”.

Luego relata tres puntos que deben abordar. En el primero de ellos titulado “Atención pastoral a las personas que han sido víctimas y sus familias” indica que actualmente éstas están “profundamente heridas” por los “abusos y las injusticias, han sido dañadas y traumatizadas. (…) Como Iglesia necesitamos desarrollar una mayor actitud empática hacia estas personas, más allá de sus rabias, de sus injustas descalificaciones”.

Agrega que “el caso que más ha impactado en la opinión pública nacional, ha sido el de las víctimas del P. Karadima. Al comienzo de tu servicio fue un signo extraordinario que te reunieras con ellos; después, lamentablemente, esto no continuó. sé que han sido injustos, duros, incluso a veces han mentido. Pero nada de aquello les quita la condición de víctimas heridas y dañadas”.

“Ayer -no teníamos la conciencia de hoy- manteníamos en silencio estos abusos de menores, decíamos que eran debilidades humanas, se trasladaba a otros lugares a los sacerdotes. Hoy, eso se acabó, gracias a Dios. Tenemos conciencia que no solo es un pecado gravísimo, sino también un delito ante la ley civil. Nadie hoy puede mantener en silencio los abusos de menores”.

Finalmente, la misiva hace mención al tratamiento que hay que tener con los sacerdotes que son culpables o inocentes de las acusaciones. Ahí se explica que los “sacerdotes culpables”, autores de abusos se encuentran con “frecuencia perdidos, confundidos, avergonzados. Otros lo negarán todo. Necesitan ayuda especialmente de expertos para entender, acompañar y evaluar su situación. El tratamiento mediático requiere de una unificación de criterios para enfrentar estos dolorosos episodios”.

En este punto manifiesta que “hemos de velar por todos nuestros sacerdotes, alentándolos a apoyarse mutuamente como hermanos. La gran mayoría de los sacerdotes viven en gozo su ministerios y trabaja generosamente. El clero sano lleva este enorme peso. Debe compartir la vergüenza de sus hermanos sacerdotes culpables de abusos por el simple hecho de pertenecer al mismo presbiterado. Debe sufrir muchas veces incomprensiones injustas”.

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