Marty MELVILLE / AFP
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A dos días del atentado en dos mezquitas de Christchurch, Nueva Zelanda, siguen surgiendo testimonios de sobrevivientes a la masacre perpetrada por Brenton Tarrant.

Al momento de iniciarse los disparos, Abdul Kadir Ababora se tiró al suelo, y se agazapó bajo una estantería repleta de coranes en la mezquita de Al-Noor. Se hizo el muerto, convencido de que el asesino iría a por él en cualquier momento: “Esperaba mi turno”.

Según su testimonio, recogido por la Agencia France Presse, “Cuando abrí los ojos, solo había cadáveres” por todas partes.

Abdul Kadir Ababora, de 48 años, es un inmigrante llegado a Nueva Zelanda en 2010, proveniente de Etiopía, en busca de paz y prosperidad. Hace dos semanas, este taxista y su esposa celebraron el nacimiento de su tercer hijo.

El atentado en la mezquita ocurrió cuando el imán acababa de comenzar su sermón. La primera persona a la que vio caer es un palestino. Un hombre que tenía un diploma de ingeniero pero que, como él, se ganaba la vida al volante de un taxi en la ciudad más grande de la Isla Sur.

“Este tipo comenzó a disparar al azar, a la izquierda y a la derecha, de manera automática. Vació su primer cargador y lo cambió para recomenzar de manera automática. Después terminó el segundo cargador y puso un tercero, volviendo a disparar como un autómata en la otra sala también”, describe.

“Esperaba mi turno. Cada dos disparos, me decía: ‘La próxima es para mí, la próxima es para mí’ y perdí la esperanza”, cuenta. Entonces se puso a rezar en silencio y a pensar en su familia.

Pero la pesadilla no terminó cuando el asesino se fue, después de vaciar su cuarto cartucho. Se tambaleó hasta el exterior de la mezquita donde encontró a otro fiel, cuyo hijo es amigo de su hijo mayor, en el suelo con horribles heridas en la mandíbula, la mano y la espalda.

Al igual que la mayoría de los habitantes, Ababora nunca habría imaginado que fuese posible tal estallido de odio en Christchurch, en un país presentado como uno de los más apacibles del planeta.

“Nueva Zelanda ya no es segura”, concluye.

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