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Director Ejecutivo IdeaPaís

Qué duda cabe de que las preguntas sobre el tiempo en el que nos encontramos –nuestra modernidad– ocupan gran parte de los esfuerzos de filósofos, sociólogos y de intelectuales de todas las disciplinas de estudio preocupados por nuestra realidad. De esta manera, con la intención de transformar en respuestas diversas interrogantes que pesan sobre el ser humano de este tiempo, es fundamental esta actividad para dar razón sobre lo justo y lo injusto, el bien y el mal, la belleza y la fealdad, etc.

Sobre lo que pareciera existir consenso, sin embargo, es que el fenómeno de la modernidad ha cambiado profundamente las reglas y los esquemas en los que naturalmente se ha desenvuelto el ser humano, al menos en el último tiempo. En esa línea, uno de los autores más influyentes sobre este tópico es, sin duda, Zygmunt Bauman quien, con su idea de la modernidad líquida, considera que el proceso de modernización ha traído como consecuencia la idea de la individualización. Así, la marca de origen de esta sociedad moderna sería la asignación de roles individuales a los ciudadanos, consistente, según Bauman “en transformar la identidad humana de algo dado a una tarea”, o bien, parafraseando a Jean Paul Sartre, que “no basta con nacer burgués, hay que vivir la vida como un burgués”. De esta manera, una característica esencial de esta sociedad moderna sería la de exacerbar el rol que juega el individuo en su configuración propia y en la de la sociedad.

Sobre lo anterior, y aludiendo a George Orwell en 1984, en su intento por tratar exhaustivamente el tema de la modernidad, el Gran Hermano terminó dando un paso al costado en estos tiempos y puso al sujeto absolutamente por delante, situándolo en la cima de todo ideal. En consecuencia, como dijera Bauman, “ya no hay un Gran Hermano observándote; ahora tu tarea es observar las crecientes filas de Grandes Hermanos y Grandes Hermanas, observarlos atenta y ávidamente, por si encuentras algo que pueda servirte…”. En otras palabras, en nuestra modernidad, en que no hay líderes –Grandes Hermanos– que nos digan qué hacer, se nos libera de la responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos, pues en el mundo de los individuos solo hay otros individuos a quienes no molestar y de quienes uno podría extraer alguna idea o consejo que se necesite para la configuración de nuestra identidad.

Todo lo anterior, que pareciera muy abstracto y ajeno a la realidad, es probablemente, el principal lente con el que se mira la política y las principales discusiones del mundo y de nuestro país. Recordemos la exaltación de la perspectiva individual para enfrentar el debate en torno a la objeción de conciencia institucional, la discusión en torno a las pensiones y el sistema de AFP o los argumentos en los diversos asuntos “valóricos”.

Ahora bien, ¿qué implicancias tiene adoptar una mirada tan unívoca de la sociedad, en que lo único aparentemente relevante es lo individual? Como no es posible retirar al individuo de la sociedad ni retirar a la sociedad del individuo, o, en otras palabras, desconocer que ambas realidades se necesitan, pareciera que la actual es una aproximación equivocada. Por el contrario, resulta conveniente adoptar una perspectiva distinta para promover una política correctamente moderna, esto es, aquella que logra reconocer en cada sujeto “lo individual y lo social” que hay en él. De esta manera, una acción política que logra comprender adecuadamente qué es el ser humano y sus características podrá, en el reconocimiento de ellas, proponer cursos de acción verdaderamente justos, buenos y bellos.

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